ASUNTOS DE UN HIDALGO DISOLUTO
Héctor abad Faciolince
(Medellín, 1 de octubre de 1958) es un escritor y periodista colombiano, más conocido por sus libros Angosta, que obtuvo en abril de 2005 en China el premio a la mejor novela extranjera,1 y El olvido que seremos, sobre la vida y asesinato de su padre Héctor Abad Gómez, que fue otorgado el premio Casa de América Latina de Portugal por el libro como mejor obra latinoamericana y el Premio Wola-Duke en Derechos Humanos. Además, ha recibido un Premio Nacional de Cuento, una Beca Nacional de Novela (1994) y dos Premios Simón Bolívar de Periodismo de Opinión (1998 y 2006). En 2016 creó Angosta Editores, una editorial independiente de Colombia.
- Solo los insensatos tienen respuestas (insensatas) para todo; incluso ante la odiosa pero definitiva nulidad de la muerte saca a relucir su exasperante esperanza en un imposible más allá.
- La imagen de la virtud es en ocasiones más odiosa que la de la infamia. Fue así que en el colegio debí amargar la píldora de mi buen comportamiento y confesar, como ya dije, pecados que no había cometido, o bien cometer faltas que me repugnaba cometer.
- “Las faltas de ortografía son el mal aliento de la escritura”
- “Lee lo que quieras pues los libros que no sean apropiados para tu edad, simplemente no los vas a entender, te vas a aburrir con ellos y vas a pasar a otros hasta encontrar los tuyos” (padre de Héctor Abad).
- “Los que queman libros, tarde o temprano, llegan a quemar seres humanos”
- Más que un hombre lleno de cualidades, soy un hombre sin defectos. Esta carencia es mi único atributo.
- “Tetas como las de Cunegunda Bonaventura, la evolución las produce cada dos o tres siglos. Debe de haber una especie de número pi secreto que da la dimensión perfecta de los senos y este número debería medirse de una vez por todas en las tetas de la secretaria de Medina. Una vez él me permitió tocárselas, en su biblioteca, y mis manos las abarcaban casi por entero sin acabar de abarcarlas. Era como sentir que se poseía por completo una teta, pero a esa completez faltaba siempre algo, una reserva de deseo, para ser completa. El grado de turgencia era también irrepetible. No eran esas tetas duras en exceso de algunas quinceañeras o de las cuarentonas operadas con silicona. Si un inventor de almohadas consiguiera medir la mullidez del pecho de Bonaventura daría con la receta del imposible insomnio y también del imposible despertar. Esa misma vez probé la textura de la piel y mi lengua resbaló por el seno de Cunegunda como si la piel de esta fuera un helado de natas, pero cálido. El redondel del pezón se conmovió brevemente al contacto con mi lengua e hizo que su piel, antes un poco más lisa, si se puede, que la del resto del seno, se uniformar en todo a la teta entera, salvo en el color que pasó del rosado al rosa intenso”.
- Escribir es hablar sin que a uno lo interrumpan. Pues eso mismo es dictar.
- Turín nunca fue meta para viajeros y turistas de ninguna parte y menos latinoamericanos. Salvo Erasmo y Nietzsche, que allí se acabó de enloquecer y le dio por besuquear caballos, pocas personas escogen ese rumbo italiano.
- Un rato de inactividad despojado de culpa: eso es el rosario. Por lo menos eso es para las mujeres y sobre todo para las mujeres que sirven en mi tierra. En ningún otro momento del día podían estarse quietas, inactivas, una mano encima de la otra, sin que las acusaran de haraganería. Por fin un tiempo en el que no se hace nada, se reposa, se recita una melodía tranquilizante y se piensa en lo que dé la gana. Y lo mejor del rosario eran, al final, las letanías a la Santísima Virgen. No conozco una combinación de sonido de la voz humana con mayor poder sedativo, no hay agitación que no domen, intranquilidad que no disipen. Son opio, son sueño, son una droga inocua que el inicuo Concilio modernista nos arrancó de la boca.
- Tío jacinto, cuando no estaba rezando, comiendo o acariciando al perro, leía. Era un lector incansable y en la primera página de cada libro apuntaba con su caligrafía hecha ilegible por sus manos lisiadas, la fecha y la hora a la que comenzaba la lectura del libro, y en la última página la fecha y la hora en que acababa, más algún breve comentario.
- ¿Por qué nuestro Señor había curado leprosos, pero solo de vez en cuando? ¿Por qué en su infinito poder no había curado de una vez a todos los leprosos? ¿Por qué, si estaba en su poder, no erradicar del mundo el mal de Lázaro con una sola, magnífica bendición definitiva?
- No faltará quien opine que mi apatía me impide llevar una vida intensa. No. Lo que esta distancia me permite es no perder el tiempo en bobadas. Eso. Atender a los clientes, llamar por teléfono, revisar el extracto del banco, pagar cuentas: la vida de los otros. Llorar porque se entraron los ladrones, por el carro estrellado, porque el pelo me lo tiñeron mal, porque la niña sacó tres en el colegio, porque no encuentro el cheque: la vida de los otros. Pareceré altivo, pareceré un fingido noble, pareceré un hidalgo insoportable, hablarán de mi torre de marfil, de mis babias ilusorias, y tendrán razón, pero yo no viviré la vida de los otros ni me importará un comino mi nobleza, mi supuesta hidalguía, esa torre feudal de mi soberbia o todo lo demás que los demás me atribuyan. Las opiniones son también la vida de los otros.
- He cambiado amores, tierras, viajes, cualquier otro tipo de diversiones, tan solo por tener algunos libros que leer y todo el tiempo para leerlos. He descubierto, leyendo, en qué consiste la alegría de estar despierto.
- Si nos gusta una mujer, tenemos que impedir que se vuelva muy amiga antes de tocarle alguna parte importante; ya habrá tiempo para la amistad, pero hay que empezar por escuchar esos motivos del cuerpo que ni la cabeza ni el corazón entienden.
- Abre las piernas muchacha, ganas más de lo que pierdes. Empuja, muchacho, sacas más de lo que metes.
- Practiqué, como aconsejaban los pitagóricos, el retiro total, el silencio absoluto. Si no podía hablar con ella, mejor no tocar a nadie. Me aislé, viví solo, apartado, en perfecto silencio. Una siniestra aspiración al ascetismo me redujo a esta sombra de ser humano en que quise transformarme. Un hombre que no siente. Fue entonces cuando más tiempo pasé en esa ermita abandonada de Pulignano, en aquel caserío perdido en las colinas toscanas, que desde esos lejanos años ha sido el sitio de refugio y salvación para todas mis penas.
- Nadie lo sabe y la confesión me lo perdona; el que peca y reza empata; todo, a la larga, y siempre que se haga al escondido, está permitido o a la larga perdonado. Sin respetar esta regla, no se puede vivir en un país católico, y aún menos en el club privado de un país católico.
- Cierta manera de pronunciar las palabras al pedir un simple cubalibre, un vaso de agua (ella decía “con agua”) o el vale de la cuenta.
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