OH CAPITÁN, MI CAPITÁN
WALT WITHMAN
(1819-1892) es, sin lugar a dudas, el poeta más influyente de las letras estadounidenses. Nació en West Hills, Long Island, siendo el segundo de nueve hijos en una familia cercana al credo cuáquero. A los once años finalizó sus estudios formales y empezó a trabajar como aprendiz en el semanario The Patriot, donde comenzaría a escribir sus primeros textos. Tras su paso por otros periódicos y revistas, en 1850 decidió dedicarse plenamente a la poesía. Cinco años más tarde vería la luz la primera edición de la celebérrima Hojas de hierba, integrada por doce poemas y cuyos 795 ejemplares fueron costeados por el mismo autor.
¡OH CAPITAN! ¡MI CAPITAN!
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado,
La nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio,
Próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero que te aclama,
Siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia nave;
Más ¡ay! ¡oh corazón! ¡mi corazón! ¡mi corazón!
No ves las rojas gotas que caen lentamente,
Allí, en el puente, donde mi capitán
Yace extendido, helado y muerto.
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate para escuchar las campanas.
Levántate. Es por ti que izan las banderas. Es por ti que suenan los clarines.
Son para ti estos búcaros, y esas coronas adonardas.
Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes,
Es hacia ti que se alzan sus clamores, que vuelven sus almas y sus rostros ardientes.
¡Ven capitán! ¡Querido padre!
¡Deja pasar mi brazo bajo tu cabeza!
Debe ser sin duda un sueño que yazgas sobre el puente.
Extendido, helado y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles,
Mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
La nave, sana y salva, ha arrojado el ancla, su travesía ha concluído.
¡La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje!
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad, campanas!
Mientras yo con dolorosos pasos
Recorro el puente donde mi capitán
Yace extendido, helado y muerto.
UNA MUJER ME ESPERA
Una mujer me espera, ella lo contiene todo,
nada le falta;
mas todo le faltaría, si no existiese el sexo
y si no existiese la vida del hombre necesario.
El sexo lo contiene todo: cuerpos y almas,
ideas, pruebas, purezas, delicadezas, fines,
difusiones,
cantos, mandatos, salud, orgullo, el
misterio de la eternidad, el semen;
todas las esperanzas, bondades, generosidades;
todas las pasiones, amores, bellezas, delicias
de la tierra.
Todos los gobiernos, jueces, dioses, caudillos
de la tierra
existen en el sexo y en todas las facultades
del sexo y en todas sus razones de ser.
Sin duda, el hombre, tal como lo amo,
sabe y confiesa las delicias del suyo.
Así, nada tengo que hacer con mujeres
insensibles;
yo quiero ir con la que me espera, con esas
mujeres que tienen la sangre cálida y
pueden enfrentarse conmigo.
Veo que ellas me comprenden y no se
desvían de su propósito.
Veo que ellas son dignas de mí. De estas
mujeres quiero ser el robusto esposo.
En nada son menos que yo.
Ellas tienen la cara curtida por los soles
radiosos y los vientos que pasan;
su carne tiene la antigua y divina ingravidez
la hermosa y vieja y divina elasticidad.
Ellas saben nadar, remar, montar a caballo,
luchar, cazar, golpear, huir y atacar,
resistir, defenderse.
Ellas son extremadas en su legitimidad,
son tranquilas, límpidas, en perfecta
posesión de sí mismas.
Te atraigo a mí, mujer.
No puedo dejarte pasar, quisiera hacerte un bien.
Yo soy para ti y tú eres para mí, no solamente
por amor a los demás:
en ti duermen los grandes héroes, los
más grandes bardos,
y ellos rehúsan ser despertados por otro
hombre que no sea yo.
Soy yo, mujer, veo mi camino.
Soy austero, áspero, inmenso, inmutable,
Pero yo te amo.
Vamos, no te hiero más de lo necesario;
vierto la esencia que engendrará muchachos y
doncellas dignas de Estados Unidos;
voy con un músculo rudo y atento,
y me enlazo muy eficazmente, y no escucho
ninguna súplica,
y no puedo retirarme antes de haber depositado
lo que está acumulado hace mucho tiempo en mí.
A través de ti, liberto los ríos represados de mi ser
en ti deposito un millar de años anteriores,
sobre ti injerto lo más querido de mí y de América;
las gotas que yo destilo en ti, crecerán en
cálidas y potentes hijas, en artistas de
mañana, en músicos, en bardos;
los hijos que yo engendre en ti; engendrarán a
su vez.
Yo exijo que hombres perfectos y mujeres
perfectas surjan de mis expansiones amorosas.
Espero que ellos se desposen como nosotros nos
unimos en este instante;
cuento con los frutos de sus resplandecientes riegos,
como cuento con los frutos de los riegos centellantes
que doy en esta hora.
Y yo vigilaré las mieses del amor, del nacimiento
de la vida, de la muerte, de la inmortalidad,
que yo siembro en esta hora, tan amorosamente.
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